En el paisaje de Cándido, hecho de tonalidades ingrávidas,
con los blancos desnudos del papel como un color constitutivo más, todos somos preteridos sin mayor
intención que la grandeza de la soledad, en la que parece más fácil hablar en
mudo silencio con la desnudez de lo sincero, para decirnos aquellas cosas que
omitimos mientras las entrañas rabiaban por gritarlas, por desvelarlas, en
tanto aquél o aquélla a la que en realidad amábamos, se nos iba cada vez más
lejos hasta difuminarse tanto que dejaba de existir, aun existiendo.
Fragmento del texto de Antonio Arbeloa
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